Hoy se conmemora un nuevo aniversario de la Revolución de Abril de 1965, uno de los episodios más trascendentales y complejos de la historia contemporánea de la República Dominicana. Este acontecimiento histórico no solo marcó un punto de inflexión en la vida política del país, sino que también se convirtió en un símbolo de la lucha por la legitimidad democrática y la soberanía nacional.
La revolución de abril fue, esencialmente, un levantamiento cívico-militar que contó con la participación activa, consciente y armada de amplios sectores populares. Su objetivo principal era restablecer el gobierno legítimo y constitucional del profesor Juan Bosch, derrocado por un golpe de Estado en 1963. Esta lucha unió a sectores diversos de la sociedad: desde miembros de la burguesía urbana hasta trabajadores, obreros y estudiantes, conformando una coalición plural en defensa de la institucionalidad democrática.
Uno de los aspectos más importantes que define este movimiento es que, contrariamente a las versiones interesadas promovidas desde el extranjero —especialmente desde Estados Unidos—, no se trató de una revolución comunista ni de inspiración socialista. Era una movilización que aspiraba al retorno del orden democrático, al respeto de la Constitución y a la voluntad del pueblo expresada en las urnas.
El liderazgo militar de la revolución recayó en manos de un grupo de oficiales constitucionalistas, con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó a la cabeza. Su figura emergió como símbolo de valentía, compromiso patriótico y firmeza frente a la intervención extranjera. Bajo su mando, la resistencia popular y militar se organizó estratégicamente en la capital del país, Santo Domingo, donde se libraron las principales batallas.
Aunque el conflicto no logró extenderse con fuerza hacia el interior del país, fue precisamente en la capital donde se concentró la efervescencia revolucionaria. Muchos ciudadanos del interior, simpatizantes del gobierno de Bosch y de la causa constitucionalista, se trasladaron a Santo Domingo para integrarse a la lucha. Así nació la estructura de los “comandos”: células organizadas de civiles armados y militares leales a la Constitución, que asumieron funciones de poder en los barrios y zonas dominadas por los constitucionalistas. Estos comandos no solo combatieron en el frente militar, sino que también actuaron como órganos de organización comunitaria, con una visión clara de reconstrucción democrática.
Aquel abril de 1965 dejó una profunda huella en la memoria nacional. Más allá de las balas y los escombros, dejó una lección sobre el valor de la democracia, la dignidad de un pueblo que no se resignó al atropello de sus derechos y la firmeza con la que hombres y mujeres de distintas clases sociales se unieron en defensa de un ideal justo.
Recordar la Revolución de Abril es también rendir homenaje a quienes ofrendaron sus vidas por un país más libre, más justo y verdaderamente soberano. Es una invitación a reflexionar sobre los desafíos actuales de la democracia dominicana y el deber de proteger las conquistas que tanto costaron alcanzar.